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Recuerdos de Berlin: El viaje y el mito de la fotografía

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«En nuestro tiempo se prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser”  (Feuerbach)

He estado unos días en Berlin (¡ por fin! ) y me ha encantado. Como amante de las novelas de espías y del período histórico de la segunda guerra mundial y la guerra fría, era una ciudad que tenía que conocer. Una ciudad mítica. Y aunque me paseé por los lugares más históricos de la city, dejé muchos otros sin descubrir pues hace falta mucho tiempo para eso.

Lo que más he disfrutado ha sido de los parques, los bares, los paseos en bici y los rincones escondidos. Disfrutar de una ciudad hecha por y para los ciudadanos, quienes ocupan creativamente el espacio público con anarquía e inventiva (y con licencia institucional en muchos casos, que tomen nota por aquí). Es una ciudad  humanizada como pocas y creo que por eso, la gente pasea y vive relajada, ¡si hasta los perros disfrutan de tiempos y espacios para el asueto propio y de sus amos!

Mi intención cuando fui a Berlin no era conocer la ciudad al máximo, ver todos los museos y pasear por todas la calles míticas, sino dejarme llevar de la mano de mi amiga que vive allí y encontrarme con lugares y personas diferentes que me mostraran cómo se vive en Berlin. Por eso no he hecho fotos, consciente de que no se puede atrapar el momento sino vivir la experiencia al máximo. Además ¿que iba a hacer en casa con fotos de perros, de jardines, de paseantes, de cañas y de bares?

Y sobre todo; ¿tiene sentido hoy en día hacer fotos?. Vivimos esclavos de nuestras fotos sin vivir la experiencia. Queremos captar “EL momento”, hacer “LA foto”, sin darnos cuenta de que esa foto y ese momento no son nada único, sino un cliché, un ideal, un estereotipo que comparten contigo miles de personas.

Es muy común acercarse a un lugar turístico y ver a la gente que mira y observa la realidad a través de las pantallas ( móviles, tabletas, cámaras, videos…). Pantallas de última generación que alteran los colores, mejoran la realidad, la estetizan y que por lo tanto, cambian nuestra relación con el entorno.

Además, también nosotrxs al hacer fotos alteramos la realidad; seleccionamos un ángulo, un encuadre, escogemos un momento preciso para hacer click ( “que se vaya ese japonés y hago la foto, como si estuviera sola “)  dejando de lado lo que no queremos que salga en la foto, lo que no nos gusta. Manipulando, en definitiva, la realidad.

Sin embargo, nos empeñamos en captar «el momento», en sacar “ la fotografía”. Y mientras tanto no hablamos con quien tenemos al lado, conocido o desconocido, no compartimos impresiones, reflexiones o pensamientos que es en lo que, para mi, consiste viajar.

En otros casos la foto funciona como una prueba de que has estado en ese lugar y a menudo sirve para asentar los estatus sociales. Y las enseñas a tus amigos comiendo tortilla de patata en casa (¡¡encerrona!!) y poco a poco nos olvidamos de evocar, de recordar, de imaginar, de inventar….

Y luego llegas a casa, las archivas en el ordenador y raramente vuelves a ese archivo con mil fotos dentro de la carpeta “ viajes”. En todo caso, más a menudo, vuelves a los recuerdos personales y colectivos del viaje.

Por eso yo prefiero los diarios de viaje en los que pegar recortes, mapas, tickets; en los que dibujas, apuntas sitios chulos y explicas porqué te han gustado, los evocas. Sigue siendo, como la fotografía, un concepto muy romántico, troppo Molesquine. Pero ya ven, nadie es  perfecto.